Antes que nada debemos plantearnos:

Nuestros perros no necesitan ganarse la vida cazando en equipo, ni mucho menos relacionándose con otros seres para el comercio y las actividades laborales.

Por lo tanto la función de la socialización en ellos es recreativa, no es un medio para ganarse la vida en el futuro.

Que nuestro perro tenga pocos amigos no influye en su vida laboral para un mañana, por lo tanto debemos centrarnos en una socialización placentera, que tenga capacidades curativas para su organismo.

Analizando los Orígenes

Hace apenas 20.000 años, es decir nada en términos de evolución, vivíamos en una tribu de unos 300 a 400 individuos promedio.

Éramos cazadores y recolectores. Y nuestro territorio ocupaba el espacio que hoy abarca una gran metrópolis con un promedio de 6 millones de habitantes.

En esa realidad, nuestras relaciones sociales se limitaban a esos pocos miembros de la  tribu. Muy rara vez en nuestra vida llegaríamos a ver siquiera a otro ser humano que no fuera de nuestro círculo tribal, los cuales se componían de familiares cercanos, familiares de mediana consanguineidad, y algún llegado de fuera eventualmente, que representaba el refresco de genes que cada tanto se daba en aquellos tiempos.

Si nos cruzábamos con individuos de otros clanes, lo más probable era que luchemos por haber invadido nuestro territorio, que representaba nuestros recursos para sobrevivir, o al menos habría un intercambio tenso, donde los más hábiles comunicadores, que en aquel entonces hacían de diplomáticos, negociaran un abandono pacífico de nuestro espacio.

Vemos que socializar era interactuar con nuestro círculo tribal, cualquier roce con otros humanos significaba tensión.

Esto fue hace apenas 20.000 años, que en términos de evolución, como dijimos, es decir absolutamente nada.

Es por eso que si nos planteamos organizar una fiesta con nuestros seres queridos, no de esas fiestas donde queremos quedar bien invitando a desconocidos influyentes del mundo de los negocios, a nuestros jefes y/o clientes, etc. sino esas fiestas donde realmente la pasaremos bien, cómodos, rodeados de seres queridos, el listado será de entre 300 y 400 invitados. La mayor parte de ellos serán parientes nuestros, cercanos y medianamente consanguíneos, y algunos amigos, que representan los tribales venidos de afuera, como era la estructura tribal de hace esos escasos 20.000 años. Nuestro cerebro no puede evolucionar en tan poco tiempo para albergar lazos con los millones de humanos que comparten hoy nuestro territorio.

Para darnos una idea, tomemos a nuestro antepasado Toumaï, que vivió en lo que hoy es la República de Chad hace entre 6 y 7 millones de años. Toumaï fue bautizado científicamente como Sahelanthropus tchadensis y presentado al mundo en 2002. Si reducimos nuestra evolución de esos 7 millones a una escala de un año, dentro de ello, los 20.000 años que hace que vivíamos una vida sin conocer a nadie que no sea de nuestra propia tribu, solo habría pasado un día.

Es decir que tomando nuestra evolución entera como si fuera un año, hasta ayer nuestra vida transcurría entre nuestros pares de la tribu, y cualquier otro ser humano, en el supuesto de que llegáramos a ver a alguno en nuestra corto ciclo vital, habría significado estrés.

Es fácil comprender entonces el motivo por el que las grandes aglomeraciones de personas nos estresan.

En medio de esa marea de seres desconocidos que no son de nuestra tribu, sentimos la tensión de estar siendo invadidos, lo cual nos lleva a múltiples problemas nerviosos, desde adicciones hasta enfermedades autoinmunes donde nuestro propio sistema de defensa ataca nuestro propio organismo.

Es por eso que sentimos tanto placer cuando nos tomamos una vacaciones alejados de la gente. Nuestro cerebro, que ha sido forzado a aceptar la convivencia antinatural con tantos humanos, se relaja por unos días y nos permite recuperarnos, al menos en parte.

Vayamos ahora al perro

Hace apenas 15.000 años, nuestro perro convivía con una manada de entre 8 y 12 individuos promedio, la cual habitaba un territorio que ocupaba el espacio que hoy abarca una gran metrópolis donde hoy habitan millones de perros desconocidos a los que su cerebro considera invasores.

Eran cazadores cooperativos. Y sus relaciones sociales se limitaban a esos pocos miembros de la  manada. Muy rara vez en su vida llegarían a ver siquiera a otro lobo que no fuera de su pequeño círculo tribal, el cual se componía de familiares cercanos, liderados por el padre y la madre generalmente, que eran los de mayor experiencia, y algún llegado de fuera eventualmente, que ocupaba el lugar de omega.

Si se cruzaban con individuos de otros clanes, lo más probable era que lucharan por haber invadido su territorio, que representaba sus recursos para sobrevivir. Para evitar eso, había un intercambio tenso de olores marcando permanentemente los límites con la orina a modo de letrero diciendo “Propiedad Privada – No Pasar”.

Vemos que para los perros también socializar era interactuar con su propio círculo tribal, cualquier roce con olores de otros lobos significaba tensión.

Esto fue hace apenas 15.000 años, algunos lo extienden a 30.000, da lo mismo, porque en cualquier caso en términos de evolución sigue siendo absolutamente nada.

Tomemos al antepasado del lobo que ya tenía estos comportamientos, llamado Tomarctus, el cual vivió hace 10 millones de años del mismo modo en que hoy viven los lobos actuales.

Si reducimos esos 10 millones a una escala de un año, nuestro perro ha vivido con nosotros apenas medio día, es decir que si hace un año que ya vivía como los actuales lobos, ha tenido que evolucionar solo de la mañana a la tarde para convivir con millones de perros mascota invadiendo y orinando todo su territorio, ladrando y haciendo notar su presencia invasora las 24 horas del día.

¿Qué pasa entonces con el perro?

De acuerdo con lo que hemos analizado, el perro de ciudad padece los mismos problemas de estrés social que nosotros. Lo cual lo lleva a múltiples problemas nerviosos, desde adicciones (a la comida, a estereotipias, etc.) hasta enfermedades autoinmunes donde su propio sistema de defensa ataca a su propio organismo.

Una moda peligrosa

Desde hace unos años se ha puesto de moda la idea de que el perro debe socializar permanentemente con otros.

Esto, como hemos analizado, no solo es falso, sino que es además negativo para su equilibrio nervioso y su salud.

Guiados por esa idea que se ha difundido en las redes y la TV, muchos propietarios de perros fuerzan a los mismos a hacer amigos por todas partes.

Ya sea llevándolos a parques y plazas como a establecimientos donde todos los días conozcan perros nuevos.

Esto es como forzar a un niño de 4 años a hace amigos nuevos todo el tiempo cambiándolo de escuela cada semana.

El perro debe socializar, pero con su mismos círculo de siempre.

Es importante para ello crear un círculo de personas que concurran a los mismos paseos. Repetir siempre los horarios y lugares de recreación para que siempre se encuentre con sus mismos amigos, y que en lo posible no supere el número de 8 a 10 ejemplares, si es menos mejor aún.

La estimulación social es beneficiosa cuando se realiza con pocos individuos. De ese modo el cerebro no debe forzarse en la interacción con seres tan distintos unos de otros.

Esto lo podemos ver incluso con los niños del jardín de infantes, que disfrutan jugando siempre con un grupo reducido de amigos muy cercanos, generalmente entre 2 y 4 como máximo.

Si podemos hacer entonces coincidir en la recreación de nuestro perro con sus 2, 3 ó 4 amigos de mayor confianza, la socialización será positiva para él.

Con una socialización así, se generarán nuevas sinapsis en su cerebro. Habrá endorfinas y dopaminas liberándose todo el tiempo. La amígdala cerebral, encargada de liberar hormonas relacionadas con el estrés, estará relajada y todo su organismo se dedicará a recuperarse de las tensiones de esa vida social intensiva que representan las grandes urbes.

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