Jack, el compañero de Jeff
El fiel perro pastor que acompañó a Jeff a lo largo de esta historia se merece un capítulo aparte.
Él fue quien estuvo a su lado cuando sus padres murieron, y Jeff como todos sus hermanos, debieron salir al mundo para buscarse la vida.
Jack, el inseparable compañero de Jeff Dreamer

Ya conoces la historia de Jeff Dreamer, pero seguramente no conoces cómo llegó Jack, su perro, a la vida del joven vaquero.
Sus padres le obsequiaron a Jack cuando el muchacho tenía unos 12 o 13 años.
A la edad de 15 su madre y su padre, mueren en una gran epidemia, y Jeff debe comenzar a ganarse la vida por su cuenta.
Jack fue un compañero inseparable en todo ese duro camino, que consistió en aceptar ser huérfano, sepultar a sus padres, y vagar de un trabajo a otro con tan corta edad.
Pero comencemos por el principio.
Por aquel entonces, los perros eran cruzados por los granjeros según sus cualidades para el trabajo.
Si un perro de una granja trabajaba bien con el ganado, y un vecino tenía una perra que también lo hacía, acordaban cruzarlos para mejorar sus condiciones generación tras generación.
Jack era uno de esos típicos perros de pastor originarios de Gran Bretaña, Escocia e Irlanda. Es decir, todos los que formaron luego las distintas razas de collies.
Ellos fueron introducidos en Estados Unidos por inmigrantes de aquellas regiones. Lo mismo ocurrió con perros pastores en Nueva Zelanda y Australia. Por eso encontramos ese parentesco entre razas típicas de uno y otro lado.
Aquellos antiguos antepasados de los collies actuales border, rught, bearded, smooth, así como de los pastores australianos y los shetland, eran seleccionados, como dijimos, por sus capacidades para el trabajo con ganado.
La sensibilidad de Jack
Aquellos antiguos perros pastores, tenían una sensibilidad exquisita para con sus propietarios. Jack percibía y sentía en carne propia todos los estados de ánimo de Jeff.
En rigor, esa es una de las cualidades que lo convertían en un gran perro de trabajo. Cuando Jeff lo lanzaba a rodear el ganado para reunirlo, Jack captaba toda esa energía de su dueño, ese entusiasmo lo impulsaba a correr y rodear a toda carrera, lleno de energías alimentadas por el ánimo de Jeff. Era como si se tratara de uno solo. Guía y perro actuaban dominados por un mismo objetivo y se comprendían del mismo modo que la mano derecha se coordina con la izquierda cuando hacemos alguna tarea. Unos pocos silbidos y la comunicación fluía entre ambos de un modo casi mágico.
Podemos comprender entonces que cuando los padres de Jeff enferman gravemente, Jack vivió en carne propia la misma tristeza que estaba atravesando el muchacho. Del mismo modo que ambos compartían el trabajo y sus subidas y bajadas emocionales, así compartían las emociones de tristeza o preocupación cuando estas llegaban.
Jack era parte de Jeff y Jeff era parte de Jack. Una unidad emocional en dos cuerpos. Un reflejo el uno del otro. Es ese el principio que hoy todos los buenos adiestradores caninos conocen y dominan, ser parte del perro y que el perro sea parte de ellos mismos. Tanto en actividades de pastoreo como en cualquiera de las disciplinas modernas como agility o ring, el perro es una prolongación indivisible del guía. Es el principio que emplean las manadas de lobos cuando cazan, y es por eso que pueden coordinarse de un modo preciso sin planificación previa ni palabras durante la acción. Cuando durante una competencia de agility un perro salta un aro, el guía, si es de los buenos, siente el salto como si él mismo lo estuviera haciendo. El alma del guía recorre la pista atravesando los obstáculos junto con su perro, unidos por un lazo invisible pero poderoso.
En la película Avatar lo muestran de un modo muy gráfico y visual cuando los nativos Na’vi se conectan con sus cabalgaduras llamadas Direhorse mediante sus coletas. De ese modo se convierten en un solo ser.
Entre un buen adiestrador y un perro, esa conexión no necesita de un lazo físico como en la película. Sino que se produce a través de la misma energía emocional que nos ha ligado a perros y lobos desde la antigüedad. No hay técnica que pueda reemplazarla, es algo que debe sentirse, debe salir desde dentro de ambos, canino y humano.
Por lo tanto, la tristeza de Jeff se convertía en la tristeza de Jack, del mismo modo que si el perro se lastimaba una pata, el dolor también se producía en la carne del muchacho como si la herida fuera suya.